#110 Espías a la fuerza

Espías a la fuerza en el caladero de Malvinas

El “Usurbil” era un barco de la hoy extinta Pesquera Vasco Gallega. Donde antes estaba su sede, en el Berbés, hoy está Pescanova. La historia de este pesquero podía ser como la de otros de su clase, que empezaron faenando en aguas del sur de África y que a finales de la década de 1970 se trasladaron en busca de nuevos caladeros a Argentina y a las Malvinas. Siempre con la obligación de constituir una empresa mixta en el país, lo que venía a significar que desde ese momento el buque pasaba a tener bandera argentina y los principales mandos serían también del país. Su historia podía ser como la de cualquier otro si no fuese por su marea número 23. No es que fuese una marea histórica por la cantidad de pescado capturada.

En realidad, durante los 28 días que duró, sus aparejos no tocaron ni una sola vez el agua y no pescaron ni la primera merluza. Aunque como otras muchas veces el barco zarpó una tarde del puerto de la localidad de Ingeniero White, aquella no fue una vez más. Era el 20 de abril de 1982 y en aquel momento Argentina e Inglaterra estaban enfrentadas por la guerra de las Malvinas.

La tripulación del “Usurbil”, con 22 españoles a bordo y la gran mayoría gallegos, no lo sabía entonces pero el buque estaba punto de ser “militarizado”. Iba a ser empleado como barco espía camuflándose bajo su apariencia de pesquero. Una táctica que la dictadura argentina empleó con otros pesqueros, aunque la historia del “Usurbil” apenas se conoce.
Cuando el “Usurbil” sale de Ingeniero White lo hace oficialmente para pescar y raro es el tripulante que durante los días previos dudase sobre la conveniencia o no de embarcarse. La guerra entre Argentina e Inglaterra acababa de empezar y su lugar de faena estaba en mitad de la zona de conflicto. Lo que ni siquiera podían imaginar es lo que sucedería después. Fernando Otero recuerda perfectamente como en la medianoche de aquel 20 de abril, en mitad de su guardia en la sala de máquinas, llegó el médico del barco para decirle: “Che Fernando nos vamos pal frente. Hay que ir a Mar del Plata a coger material quirúrgico y de restauración para recoger a pilotos heridos en combate”. La primera señal evidente de que aquella no iba a ser una marea más.

La reacción del oficial fue avisar al resto de la tripulación española y preparar su maleta para bajarse en Mar del Plata. Pero no tuvo esa oportunidad. El “Usurbil” fue a Mar del Plata, aunque no llegó a ir al puerto. Fue una lancha la que se acercó al pesquero y a bordo subieron un responsable de la empresa en Argentina y un militar, que se fueron directamente al camarote del capitán. Allí estuvieron alrededor de una hora y al cabo de ese tiempo sólo salió el representante de la empresa, que se subió inmediatamente a la lancha y dejó con la palabra en la boca a los tripulantes, que le reclamaban explicaciones.
Poco después se celebró una reunión en la cámara de oficiales en la que se presentó el militar, que era un alférez de fragata y que comunicó a los oficiales la nueva situación: el barco estaba militarizado, la radio estaría en contacto las 24 horas con Buenos Aires y las comunicaciones de la tripulación con sus familias quedaban prohibidas de manera momentánea. Fue un momento de gran tensión. La tripulación española expresó que nada tenían que ver con aquel conflicto. Sus contratos eran españoles, tenían Seguridad Social española y cobraban en pesetas. Aquellas razones, y el hecho de que España en aquellos momentos mantuviese relaciones diplomáticas con los dos países en conflicto, no sirvieron de nada. Sólo para recibir una amenaza en absoluto velada. En aquellas circunstancias ellos eran oficiales de la Marina Mercante de Argentina y que podían ser procesados por sedición. No les quedó más remedio que asumir lo que ocurría.

En aquellos primeros momentos el “Usurbil” no navegaba solo ya que lo hacía en formación con el “María Luisa” y con el “Narwal”, que poco después se haría tristemente famoso. Al principio navegaban rumbo a las Malvinas, aunque poco después pondrían dirección a Brasil. Durante esos días el capitán del “Usurbil” se tomó muy en serio su papel y dio el alto a algunos barcos, reclamando que se identificasen. La actitud del oficial estaba poniendo en evidencia que aquellos buques no estaban precisamente pescando.

El 30 de abril de 1982 los barcos se separan. El “María Luisa” regresa a puerto, el “Narwal” se dirige hacia las Malvinas” y el “Usurbil” enfila más al norte, en dirección a la isla Ascensión, en mitad del Atlántico. Durante los siguientes días la tranquilidad fue la nota predominante e incluso el capitán ordena preparar los aparejos para largar y pescar algo. Aquella orden sorprendió. “¿Largar el aparejo? ¿Para qué? ¿Para coger mariposas?”, fue la contestación del patrón. En aquellos momentos estaban en profundidades de 2.000 metros de profundidad y los aparejos del “Usurbil” eran de arrastre, para fondos de no más de 200 metros.
El 2 de mayo la tripulación tuvo la única ocasión de ponerse en contacto por radio con sus familias, pero con la advertencia de no revelar ningún detalle sobre su “misión”.

El día D

El 8 de mayo de 1982 fue el día D para el “Usurbil”. De repente, en la sala de máquinas, desde el puente reciben la orden de moderar. Notaron algo raro. Cuando uno de los maquinistas regresa de hacer averiguaciones, la respuesta fue de lo más desconcertante: “No sé que pasa, pero la gente está con los chalecos y dispuestos a subirse a los botes salvavidas”. La reacción del oficial fue poner en marcha otro motor y ordenarle a su compañero que iniciase la maniobra de achique. Sin embargo, no pasó nada más.

Al acabar la guardia se enteraron lo que había ocurrido: el “Usurbil” se había encontrado de frente con una flotilla inglesa formada por ocho barcos, que en el radar aún aparecían en formación de “3,3,2”. Los británicos dieron orden al “Usurbil” de que se apartase, a lo que el capitán argentino Adolfo Arbelo se negó respondiendo que “iban en rumbo de colisión”. Al final, de uno de los barcos despegó un helicóptero y obligó al “Usurbil” a apartarse. Este era uno de los momentos que esperaba el militar que viajaba a bordo, que de su maletín sacó una cámara fotográfica y empezó a tomar imágenes de los barcos ingleses.

Aquellos fueron momentos de gran tensión. Al final argentinos e ingleses siguieron su rumbo. Eso sí, en el “Usurbil” poco después de aquel momento de tensión comenzó a sonar música de fiesta en los altavoces y a escucharse gritos de “se rajaron, nos tuvieron miedo”.
De todos modos la marea del pesquero estaba a punto de concluir. A las nueve de la mañana del 9 de mayo entraba un mensaje por el radiotelégrafo que procedía de Buenos Aires: “El mercado está saturado”. Era la señal, la clave que indicaba que era momento de regresar a puerto. El capitán intentó convencer a los mandos militares para continuar con la “misión” y empleó otra clave: “Estamos siguiendo un cardumen de merluza”. Sin embargo en Buenos Aires no estaban para muchas bromas y ordenaron el regreso inmediato. La razón la descubrieron de enseguida: hacia apenas unas horas la flota inglesa había atacado al “Narwal”, el pesquero que había acompañado en los primeros días al Usurbil y había fallecido un civil. Los ingleses sabían perfectamente que era un barco espía y cuando entraron en el “Narwal” preguntaron por el militar que sabían que estaba allí.

El regreso a Argentina no fue fácil. El “Usurbil” se encontraba lejos de la costa y la Royal Navy había advertido que cualquier barco que estuviese fuera de las 200 millas de las aguas territoriales sería considerado enemigo. No les quedó mas remedio que acercarse a Brasil para bordear su costa y la de Uruguai. Finalmente, el 13 de mayo de 1982 el “Usurbil” llegaba a Buenos Aires para concluir una marea de 28 días con sus bodegas vacías y en la que tuvo que ejercer de espía.

La dictadura militar premió a la misión con un plato decorativo… “Made in Hong Kong”
Las familias de los marinos españoles no supieron nada de lo ocurrido hasta que llegaron de nuevo a Galicia, el 19 de mayo de 1982, y contaron lo que había sucedido. También se lo contaron a la empresa Pesquera Vasco Gallega, que reconoció que sabía que el barco estaba militarizado, pero que no pudieron hacer nada. A pesar de no haber pescado absolutamente nada, aquella marea la cobraron como una más. Algunos de los tripulantes decidieron quedarse y seguir en Argentina, mientras que otros tardaron bastantes años en regresar.
Aquellos marineros que fueron enviados al frente sin saberlo son críticos con la actuación del gobierno de la dictadura. Pero también encuentran motivos para la ironía. “Cuando llegamos a Buenos Aires, nos reunieron y los militares nos entregaron un plato decorativo. Un solo plato para toda una tripulación de 50 hombres”, cuentan sonriendo. Pero no es lo único que recuerdan sobre aquel peculiar reconocimiento. Era un plato “Made in Hong Kong”, entonces aún colonia británica. Ironías de la vida y de la guerra.