#161 Rulo
El Tren a las Nubes
Los que solo conocen la foto del Viaducto y no saben del gran trazado de Salta a Antofagasta, en Chile, bien pueden pensar que el Tren a las Nubes es eso justamente. Pero no. La denominación “Tren a las nubes” tiene por lo menos 45 años y siempre se refirió al viaje de Salta hasta el Viaducto de la Polvorilla.
La razón de ser de este trazado no fue inicialmente turística, sino comercial y estratégica. Fue Hipólito Yrigoyen el primero en considerar que una vía férrea que conectara Argentina con Chile sería provechosa para la salida de la mercadería argentina hacia el Pacífico. La construcción comenzó su construcción en 1921, bajo la supervisión del ingeniero Richard F. Maury. Pero las dificultades políticas, técnicas y climáticas fueron tantas que se inauguró recién en 1948.
Estaba previsto que asistieran los presidentes argentino y chileno, Juan Domingo Perón y Carlos Ibáñez del Campo. Pero ambos faltaron por recomendaciones médicas. En lugar de Perón viajó el ministro de Obras Públicas, Juan Pistarini, a quien la puna también le impidió llegar a Socompa. Después de 27 años, y con un cambio de trazado incluido -que hizo que el paso fronterizo elegido fuera Socompa (de menor altura y más conveniente para Chile), y no Huaytiquina-, el sueño de Yrigoyen era realidad.
Maury, desvinculado de la obra tras la asunción de Uriburu, no fue invitado a la inauguración. No hay pruebas fehacientes de que haya visitado Socompa, aunque es muy probable que haya querido conocer ese hito, la cumbre de su gran obra. Murió dos años más tarde, el 10 de julio de 1950 en Córdoba. Siete años después sus restos fueron trasladados al mausoleo que se construyó en su honor en Campo Quijano, el portal de los Andes, muy cerca de las vías y de la primera locomotora que trabajó en el ramal C 14. De Salta a Antofagasta, el trazado es 951 km, de los cuales 571 km están dentro de Argentina. Incluye 31 puentes, 21 túneles, 13 viaductos y 9 cobertizos.
Recorrer el trazado del ramal C 14 por tierra es como darle un guión a un viaje por la puna. Basta mirar el mapa y ver cómo el trazado avanza por esas alturas imposibles, que aún hoy mantienen la vida humana bastante a raya, para comprender que el ramal C 14 fue una verdadera hazaña.
Con excepción de San Antonio de los Cobres cuya existencia es anterior, los pocos pueblos de la puna salteña deben su razón de ser al tren. Las estaciones, abandonadas casi todas, saqueadas la mayoría, son la piedra fundamental de un derrotero que, con un poco de suerte, continúa la minería.
El tren funciona. No solo en esta versión “light” para el turismo. El de carga también pasa cada tanto, pero nadie sabe bien cuándo, ni de dónde a dónde. Pasa casi como el tren fantasma. Además, hace años que la aduana dejó el paso fronterizo de Socompa y se instaló en Pocitos, a 211 km del límite. El comercio entre ambos países era ya tan escaso que no justificaba una dotación de aduana a esas alturas. Ahora, dicen, el tren sigue funcionando entre Pocitos y algún lugar de Chile.
A medida que se avanza hacia el oeste aparecen las botellas de aceite de litro, de alcohol, de ginebra, de Polyana 555, de licor Peters Hnos. Hay cientos de ellas, la mayoría rotas, pero algunas intactas. Suelas de zapatos, enseres de hierro oxidado. Toneladas de remaches. Miles de durmientes de quebracho. Vías inglesas de 1884, 1902, 1910, y algunas argentinas de 1921, 1937, 1948. Una sucesión de años que se acumula con el mismo destino: el olvido. Es como un museo a cielo abierto. Solo que este no sabe que es tal.
En Laguna Seca, una de las últimas estaciones con aspecto de chalet de tejas, los muros acusan a los del Salar de Rincón de haberse llevado aberturas, artefactos, piso y todo aquello que encontraron a su paso. Un poco más allá, la RP 27 se introduce en el Desierto del Diablo. Dicen que quien recorre los laberintos de Los Colorados tiene grandes chances de cruzarse con Huancar -como se menta por aquí al diablo- y, aseguran, más de uno ha sellado pactos secretos con él. Pero si uno no sabe, la imagen de la ruta que surca recta esa geografía de cerros curvos y bien rojos no tiene nada de satánica: más bien por el contrario, es la postal perfecta de la belleza de la puna.
A partir de la estación Km 1506, las construcciones pasan a ser más andinas, austeras, de adobe. pero igual de saqueadas. Antes de llegar a Tolar Grande, el otro alto obligado son sus Ojos de Mar, tres agujeros de color celeste transparente en medio de un salar blanco inmaculado. Allí descubrió la bióloga tucumana María Eugenia Farías los fósiles más antiguos de la tierra: los estromatolitos. A lo largo de millones de años han afectado la evolución del planeta fijando dióxido de carbono y produciendo grandes cantidades de oxígeno a través de la fotosíntesis, liberando el oxígeno a los mares, a la atmósfera y creando la capa de ozono. Por eso los Ojos de Mar, además de bellísimos, tienen un alto valor científico.
Esa combinación, más el hallazgo de los niños del Llullaillaco en 1999, hizo que Tolar ganara impulso en el incipiente desarrollo del turismo de altura. La comunidad local se organizó y abrió varios hospedajes familiares, a los que sumó la nueva hostería municipal Casa Andina, un auténtico pequeño lujo, muy bien puesta y decorada, con buena calefacción y baño privado.
El Salar de Arizaro es otro dominio rojo con pinceladas de gris, que de pronto se hace blanco y hostil. La estación Taca Taca, a unos 10 km de la RP 27, es un revuelo de papeles y memorándums del tren que se mantienen intactos.
Si no fuera porque están todos mezclados en el suelo, el Vale por Materiales de 1967, con el Parte de Inasistencia de 1988, el Detalle de Liquidaciones de 1939 con el Informe Mensual de Vivienda de 1991 o el Parte de Accidentes de 1987 (donde se relata un descarrilamiento a causa de la nieve y el hielo), parecería que fue ayer que el último empleado se fue y cerró la puerta. Pero los indicios del tiempo son implacables. Una lata de picadillo La Negra, un par de pilas Eveready rojas, las que tenían un gato negro que saltaba dentro de un número 9. Se nota también que desde el año 40 los recursos escasean porque casi todos los formularios están escritos de los dos lados: en el anverso pasa algo en el año 67 y en el reverso, que data de 1975, sucede otra cosa.
Caipe campanea a lo alto sobre una pampa gris y yerma. Se accede por asfalto, el que usaban los camiones que traían hasta aquí el azufre que sacaban de La Casualidad. La mina cerró a finales de los 70 pero la ruta sobrevive, como una curiosidad más que solo la historia puede explicar: 30 km de pavimento en un territorio tan vasto dominado por el ripio.
En esa aridez, Caipe parece un oasis de altura, donde en lugar de camellos hay vicuñas, y en lugar de palmeras, álamos. Una vertiente natural que brota allí mismo es la causa de esa rareza. Pasan las aves volando por entre los huecos de las ventanas. Aquí todavía está, volcada y maltrecha, la caja fuerte Bash (cada estación tenía una); y también sobrevive intacta una bañera: la primera y única que se encuentra entre todas las estaciones.
Por un camino de cornisa se llega al gran final que es Socompa. Cómo se habrán sentido los trabajadores del Huaytiquina a medida que avanzaban hacia esa meta, el encuentro de los rieles de un país y el otro. A los pies del volcán que le da nombre al paso aparece la laguna Socompa, con un fuerte olor a azufre. Aquí también, dicen los científicos, hay valiosos e invisibles estromatolitos.
A la salida de la estación Chuculaqui, a 4.300 metros de altura, muy cerca de la ruta, la tumba de Karl Hillmer tiene por epitafio “Se lo encontró helado”. Cuentan los locales que era un marino alemán que llegó a Buenos Aires en 1930 y que, como suelen hacer los marineros, se fue de juerga por la noche. Él y un amigo perdieron el barco, que zarpó sin ellos.
Entonces ambos decidieron que, ya que el barco volvía a subir por el Pacífico, cruzando por el Cabo de Hornos, podían alcanzarlo yendo en tren hasta Salta y de ahí a Caipe (que era, hacia 1930, punta de rieles), para seguir a pie por la cordillera y alcanzar la nave en Antofagasta. Dicen que a pesar de que le advirtieron acerca del frío y el viento blanco, Karl Hillmer se lanzó a cruzar solo y pereció helado el 5-9-1930. Se supone que su amigo fue capaz de llegar a Socompa y atravesar el paso. Hillmer fue encontrado e inhumado por la familia Alegre de Quebrada del Agua. Cada tanto alguien lleva una flor de plástico o de papel al Alemán Muerto, que ganó fama inmortal en las alturas de la puna.
El paso de Socompa, a 3.870 metros, está cerrado para automotores. Sólo puede cruzarse a pie o en bicicleta, nos informan los gendarmes ante nuestra mirada incrédula. “Hace poco pasó un japonés loco en bicicleta”, aseguran. Su presencia no se justifica por eso, sino por el tráfico de drogas. Desde 2016, está habilitado únicamente de octubre a mayo. Nieva tanto en La Hoya, unos metros después de la laguna, que el acceso queda bloqueado gran parte del invierno. Los carabineros chilenos, en cambio, pasan allí todo el año. Tienen internet y motor diésel. Del lado argentino, una pantalla solar.
La estación del tren está cerrada. A diferencia de las demás, protegida por los gendarmes, se mantiene entera y en pie. La chilena, a pocos metros, también está abandonada. Hay rumores de reacondicionamiento. A veces, hasta llegan rumores de asfalto. Vienen de tan lejos que en el camino se pierde la fuente. Un día de estos pasa el tren. Quién sabe.